Después de pasar un año largo de pandemia y vivir el carrusel de emociones que nos trajo, en donde el protocolo de bioseguridad se volvió algo prioritario y rutinario en nuestras vidas, con el uso de la mascarilla, distanciamiento y lavado de manos y a pesar de tener un cuidado extremo en nuestras salidas, llegó lo altamente probable en la pandemia: Nos contagiamos mi esposo y yo de Covid. ¿Cómo pasó? No tenemos ni idea, pues los que nos conocen de cerca, saben que salíamos solo a lo estrictamente necesario. Igual, hicimos un mapeo de innumerables posibilidades de cómo pudo pasar, sin encontrar el foco del contagio. Luego me di cuenta de que lo que hacíamos, era vivir en el pasado y le dije a mi esposo: ya no importa cómo sucedió, pues estamos enfermos y ahora debemos aceptar y enfrentar esta enfermedad de la mejor manera posible.
Cuando oyes y ves en los medios tantas cosas acertadas o tergiversadas sobre el Covid, entras en pánico, porque no sabes cómo te va a afectar y allí es cuando debes tomar las herramientas y recursos que tienes a la mano, para que la recuperación salga bien.
Yo pasé por diferentes estados: el positivismo y la fe y confianza en Dios; el miedo en los días de mayor afectación de los síntomas; el meditar, así tuviera dificultad al respirar; el de preocuparme, cuando mi esposo tenía fiebre alta o baja saturación de oxígeno; el de pintar mandalas y permanecer en el silencio, etc. y comprender, una vez más, de manera profunda, que mi cuerpo lo es todo para vivir. Publiqué en mi Instagram un mensaje para compartir con otras personas que estuvieran en la misma situación, para aportarles algo que les ayudara, lo cual me sirvió mucho en mi estado anímico de ese momento.
Los que han pasado por esto, saben que el cuerpo batalla con toda su fuerza y, a su vez, está débil, porque entrega todo para salvarte y no te aporta más energía, sino para descansar. Es curioso, pero acostada en mi cama, volví a mirar el pasar de las nubes con calma, ser paciente y estar atenta con lo que mi cuerpo pedía o rechazaba, escucharlo de verdad. Y cuando quise ser fuerte y hacer oficios de la casa, me tiraba de nuevo a la cama, llamándome al orden. Sentía cuando me decía: ¿Qué parte de dedicar toda tu energía a sanar y recuperarte no estás escuchando? .Así fue. Tal cual.
El día más crítico que tuve fue el 24 de junio, un jueves en la madrugada. Sentí un dolor tan intenso en mi pecho, que me quemaba y, a su vez, sentía una sensación fría que apretaba en mi pecho. Recuerdo que tuve tanto miedo, que allí supe que me sostenía algo más grande e inmenso que yo. Empecé a orar y recuerdo haber soltado el estrés que sentía. Recuerdo que pensé: que pase lo que haya de pasar. Terminó esa larga noche y oscura y el amanecer fue un alivio. Posteriormente, en los días siguientes, solo pude tener paciencia con mi evolución, afrontando cada día a la vez, y cada día era una victoria.
La enfermedad nos hace sentir vulnerables y nos deja a su vez, ver lo frágiles que somos. El estar allí postrada, elevó mi conciencia, al analizar y reafirmar muchas cosas que estoy haciendo en mi vida y proponerme a encontrar otras que me hacen falta. Dicen que cuando estás en la oscuridad, ves la luz con más claridad. Y me cuestioné después: ¿Por qué tenemos que llegar a ese nivel de riesgo para revaluarnos? ¿Y para que el mensaje de lo que debemos optimizar, nos llegue? ¿Por qué no mejor tener espacios para elevar esta conciencia cuando estamos sanos?
Acostumbro a ser una persona que valora y agradece lo que tiene, pero déjenme compartirles que, desde mi cama, tendida, sin aliento alguno, pensaba cuántas cosas aún no había agradecido.
Con la pérdida del olfato y el gusto, una experiencia que en mi vida nunca había tenido, pude sentir en carne propia la carencia del placer de sentir y oler cada comida o bebida del día, y que antes no había apreciado y agradecido debidamente. A veces damos por hecho las cosas y creemos que siempre las vamos a tener. Seguramente muchos, como yo, hemos dejado de ver en cada día las cosas que realmente tienen valor.
Hoy, después de un mes de pasar por esta experiencia y de no requerir de ninguna hospitalización, gracias a Dios, solo con los cuidados que los médicos nos recomendaron, pues el cuerpo queda muy golpeado, me levanto todos los días con una conciencia más plena y profunda del valor que tiene mi vida y el de los seres que amo y de todas las cosas gratas que nos brinda la naturaleza. Esta enfermedad nos trajo grandes aprendizajes y nos permitió sentirnos afortunados por todo al amor que nos rodeó siempre y que fueron un sostén importante y vital para nuestra recuperación.